La resta

La resta era una de las operaciones matemáticas más denostadas. No tenía apenas partidarios. Había una tirria universal por esta operación que estaba en el inconsciente colectivo y que venía de lejos. Todo procedía de la infancia ¿qué cosa no? Aprendíamos los rudimentos de la aritmética y ya empezaba todo. No importaba que fueras de la vieja escuela o que te hubieran enseñado a base de conjuntos. Para enseñarte la resta lo primero que hacían era darte el ejemplo típico: “Si tienes seis manzanas y te quitan cuatro ¿cuántas te quedan?”. Ya lo tenemos aquí, el principio del odio a la resta. Te quitan, te quitan de lo que tienes. Pasas de seis a dos en un periquete. En eso se resume la resta, en que te pispan cosas. Y así se establece el sólido fundamento del odio a restar. La resta quedaba para los restos (aquí lo tienes) como una vulgar ladrona.
Pero ocurrió algo que nadie se esperaba, al menos en esas gigantescas proporciones. Hubo en la tierra una gran pandemia. Apareció un virus que se propagaba de forma exponencial y que llegó a todos los rincones del planeta. Utilizaba a las personas, si una se infectaba lo propagaba sin saberlo, porque los síntomas tardaban en manifestarse, por todos los lugares donde pasaba. Aviones, barcos, trenes, coches, personas de aquí para allá, difundían por doquier el virus sin que hubiera forma de pararlo. Muchas personas perecieron a consecuencia de aquel virus. Hasta que se utilizó la resta.
Al principio la gente no hacía caso de las indicaciones, y después de las prohibiciones de salir a la calle e infectarse y después ir propagando el virus. Así que no había manera de pararlo. La única manera era restando. Nadie quería ser víctima de aquello. Tuvieron que confinarse en sus casas e ir restando contagios al virus. La gente entendió que la resta era buena. Era bueno que los virus no encontrasen a nadie a quien contagiar. Así, poco a poco, de uno en uno lo comprendieron y se sintieron felices de restar poder a la pandemia. Yo resto, decían. Yo me quedo en casa. Y se obró el milagro. Las personas de la tierra restaron juntas todo el poder al virus, porque se quedó sin nadie a quien infectar. Dejó de propagarse, se redujo a cero y desapareció. Pero la gente aprendió la lección: Muchas veces la resta gana si restamos todos. Y se volvieron más sencillos, más agradecidos porque se dieron cuenta de que el planeta estaba más limpio y los animales mucho más tranquilos sin los seres humanos, que estaban todos en sus casas. Aquella primavera la tierra se llenó de verdor y el silencio podía oirse desde el espacio.


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