V-17
Turista en mi ciudad
Los
pasajeros son en su mayoría personas mayores, turistas, gente que hace algún
recado y alguien como yo que tiene un día libre para dar una vuelta. Me he
subido al primer autobús que pasó por la parada. Mi propósito es viajar en él
hasta el final de la ruta y mientras tanto observar la ciudad y la gente. Ser
un turista más en mi propia ciudad. Mi idea era sentarme al lado de una ventana
y así disfrutar el paseo, pero el autobús va casi lleno y he de sentarme en el
lado del pasillo junto a un señor mayor.
Observo la gente. Unos parecen ir a
comprar algo especial que solo hay en aquella tienda del centro, tal vez una
tela, o un regalo, un condimento exótico para su receta especial, un zapato
hecho a mano en aquella tienda tan curiosa, un instrumento musical, una
partitura, un libro de viejo, un vinilo que busca hace años, unas zapatillas de
ballet. Es posible que vayan a visitar un museo, a comprar entradas para una
ópera; quizás van al dentista, a su librería favorita, o a visitar un familiar;
o simplemente quieren tomar un aromático e intenso espreso en aquella cafetería
que tanto les gusta. Muchas más posibilidades se abren a cada historia y a cada
persona, infinitas... infinitas, eso es. Quien sabe.
El autobús baja en
vertical una vez pasada la Diagonal, parece que se dirige al puerto. En una
esquina el "Garrotxa bus" que transporta a diario a personas que vienen o van a
comarcas. Cada asiento otras mil historias.
Continúa
la bajada en vertical del autobús. Edificios antiguos y bien restaurados. A
finales de los setenta todos estaban negros y sucios de carbonilla. El noventa
y dos y sus olimpiadas fue una gran oportunidad para Barcelona, ahora es una
ciudad limpia y moderna, organizada; orgullosa de su historia y su patrimonio.
La gente inunda las aceras en una mezcla sin uniformidad; hay dinamismo,
pulsión cosmopolita en ésta zona. Diferencias y abismos entre las vidas, eso
sí.
Hay
belleza tras los ires y venires, las miradas escrutadoras, el sudor de una
frente, dos manos cogidas, una mochila viajera. Hay vida que busca vida, anhelo
por conocer, por descubrir otras vidas y otras formas de ver y de sentir. Si llegara por primera vez, volvería a
enamorarme de Barcelona. De su no sé qué. Porque cuando te enamoras no sabes de
qué.
El día
es cálido de verano, luminoso, en el interior el clima es frío debido a la
potencia del aire acondicionado. No es extraño oír algún estornudo.
En una
parada se sube una mujer mayor con un patinete en la mano, la acompaña un niño
que entra cantando, tararea la canción de Enrique Iglesias que tanto suena éste
verano:
-"bailandooo, narara narara, arriba y abajo... bailandooo... "
-"bailandooo, narara narara, arriba y abajo... bailandooo... "
Enseguida
aparece otra mujer joven que parece ser la madre del niño. Es verano y no hay
colegio; tampoco es hora de entrar en escuelas de verano.
- " nararara narara rara na ra ra..." el niño
está a sus anchas con la canción. Se la sabe toda.
-" yo quiero estar contigo, vivir
contigo, bailar contigo... tener contigo una noche locaaa... "
Se
bajan en la siguiente y me dejan una sonrisa.
Un lateral
de la catedral se ve a la derecha, han ampliado el plano junto a la
vieja muralla de la ciudad, aún se observan las vallas de la obra e impiden ver
en su totalidad la reforma. Parece más amplio pero no consigo recordar qué
había antes, a parte de la estatua ecuestre de Ramon Berenguer III. ¿Es tercero
o cuarto? Es preciosa la estatua.
A mi
lado continúa el señor mayor aislado en sus pensamientos. Por lo visto hoy no
me sentaré en la ventanilla. Ahora ya quedaron libres bastantes asientos, pero
me parece violento levantarme e ir en busca de uno. No es para tanto. Sigo
observando y por lo que veo bajamos dirección al puerto. El autobús se encamina
al Club Marítimo, el Náutico, el Maremagnum; ahí no hay continuación. Parece
que mi destino de hoy era el agua.
Es
final de trayecto y me apeo. El muelle está tranquilo a ésta hora de la mañana,
hay poca gente en un día de entre semana. Hace sol y la tranquilidad invita al
reposo sentada en un banco, alguna gaviota sobrevuela el agua tranquila. No
llevo la cámara, si no haría alguna foto de sus alas abiertas. Esos reflejos en
el agua que parece tan limpia. Edificios nuevos han ido transformando aquél
puerto en el que es ahora. Sigue donde estaba la estatua de Colón, allá al otro
lado de la pasarela móvil, en la plaza del Portal de la Paz. Pero no señala
América ¿Qué señala Colón? Parece señalar hacia Italia, Génova tal vez. O
simplemente el mar desde el que se embarcó hacia América en Palos de la
Frontera. Sería raro que señalara hacia el Paralelo que es más o menos la
dirección que está América.
Un
hombre avanza en su barca, a marcha lenta, mientras come un bocadillo. A mi
lado, una pareja de asiáticos se deja fotografiar por otro, que carga con un
enorme teleobjetivo, bromean y se ríen. Parece un reportaje en toda regla ¿De
luna de miel? Yo observo. Disfruto el sol, la paz de un día de descanso. El
mundo está momentáneamente parado, en esos rayos de sol... esa tranquilidad
rodeada de actividad. La vida ofrece el placer de la calma, del fluir, del
descubrir lo sencillo. Moverse sin propósito, pasear sin rumbo, sabiendo que el
autobús llegará y podré subir y regresar a casa, sin prisa.
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