Niebla


Madrugó para llevar las ovejas a los pastos. Ese día la niebla era un muro de acuarela, que pulverizaba brumas silenciosamente bastas, por doquier; pastor y ovejas eran recolectores, a cada paso, de los millones de minúsculas y brillantes gotas de rocío que florecían en cada planta y en cada hoja de hierba; se descargaban en sus polainas y chorreaban por sus botas recias de pastor; y del rebaño, goloso de los tiernos brotes, que se adentró en el bosque conocido y al tiempo extraño, transformado por el aislamiento nebuloso y un eco, que encerraba el bosque en si mismo, como si fuera de él no hubiera nada más que vacío. Las dejó hacer, cómplice, como un padre bondadoso. 
Se deleita observando como de los árboles gotean brillantes perlas inmaculadas, los helechos verdes, con sus brotes tiernos, enrollados en perfectas espirales, como cetros de magos diminutos; las filigranas de las colgantes labores de las arañas, extraordinaria maravilla de la naturaleza, una de tantas que le hacen asombrarse,  una y otra vez. 
La luz resultante de matices acuosos reverbera en la materia, como una caricia penetrante que parece querer desvelar secretos. Algún tipo de ser imaginario podría nadar en este bosque, desplazarse desde las campanillas azules, hasta las húmedas copas de los árboles, confundirse con una gota de rocío que cae indolente de las ramas y regresar a su hogar bajo las piedras. Sin sonidos que traigan noticia del exterior, solo el silencio de la niebla;  el bosque es ahora todo lo que existe. 
De vez en cuando, hasta las ovejas levantan la cabeza del pasto y se quedan mirando a la nada, abstraídas; el perro ha desaparecido husmeando entre los altos helechos. 

Por un breve instante, la perfección de este espejismo de soledad le asusta;  hay algo que no es tangible, como si el bosque fuera un espejo que a su vez le observa. Se sintió atrapado por una campana invisible, él, el bosque y su rebaño inmersos en una realidad inquietante. Respiró hondo y el aire húmedo entró en sus pulmones lleno de misterio; en alguna parte de de su mente racional un interruptor dio paso al puro instinto, llamó al can Ovidio que tardó lo que le pareció un largo minuto en aparecer; con precipitación sacó al rebaño del bosque y sin mirar atrás salió al claro donde el mediodía había esparcido luces a lo largo del bien definido horizonte.  ¿tanto tiempo trascurrió desde su entrada en el bosque? Es cierto que la niebla hace perder el sentido de la orientación. Miró atrás, en el bosque,  silencioso, ya no quedaba ni rastro de ella.

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