La increíble historia de la señora Hermínia


La señora Herminia ocupa la cama contigua a la mía en el hospital. Me acaban de operar. Me han dado calmantes y el sueño pone pesos en mis párpados, invitándome a viajar a las profundidades de las que no hace muchas horas he regresado. Es plena noche, pero Herminia tiene ganas de hablar y un pequeño movimiento mío, en busca de una postura más cómoda, la invita a preguntar por mi estado y así inicia la conversación. La noche transcurre con la narración de la vida de Herminia, a la que poco a poco voy tomando cariño. Tengo sueño, y me debato entre la necesidad de dormir que requiere mi cuerpo y la de saber. Por otra parte mi educación, o simple amabilidad, me impide dejar de escucharla. Herminia, que ahora es una anciana señora de quizás unos 85 años, un día fue joven. Vivía en Madrid cuando estalló la guerra civil, era entonces una jovencita y su familia que había sido de clase media, había perdido todos sus posibles. Las circunstancias llevaron a Herminia a incorporarse al servicio doméstico en casa de un médico, con la esperanza de no pasar el hambre que tantas familias estaban sufriendo. Ella era apenas una niña y tenía hambre. Todo el mundo padecía las dentelladas de los estómagos vacíos. La familia en la que servía se trasladaba a una casa de provincias y Herminia, junto con otros criados debían adelantarse para preparar la casa. La comida era inexistente y la joven criada estaba desesperada. Buscaba por alacenas, armarios y cajones alguna cosa que llevarse a la boca. En el fondo de un cajón descubrió restos de harina, así que con ayuda de un cepillo juntó lo máximo posible (todo junto se podía contener en un puño) y lo mezcló muy bien con un poco de agua y lo cocinó en una sartén. Se comió este manjar en solitario con el ansia y la desesperación que el hambre le infundía. Más tarde llegaron los señores y alguien comentó que en los cajones no quedaba ni el veneno para ratones que habían dejado el verano anterior. Herminia, al oírlo quedó paralizada de espanto. Se metió en la cama y se preparó a morir ¡había hecho una torta con veneno para ratones! Así se durmió, entre lágrimas, esperando la muerte.

- Pero Herminia. Está claro que usted de aquella no se murió, ¿se puso usted muy enferma? ¿cómo salió de aquella?
- Pues me levanté por la mañana tan tranquila, perfectamente. Lo peor fue el miedo terrible que pasé. Pero, o aquello no era veneno, o no me hizo nada. No hay nada comparable al hambre. El hambre es lo peor que he pasado y mira que he pasado cosas hija mía... como aquella vez que...

La enfermera entra como un vendaval y nos da los buenos días:
- ¡Arriba dormilonas! ¡Que se nos pegan las sábanas!

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