El tibor


¿Valoramos adecuadamente un regalo?


Kaito Shimizu hizo llegar por un mensajero el regalo, delicadamente envuelto en papel de seda, en el interior de un precioso estuche de cartón, forrado en rojo y atado con elegante lazo negro. El presente fue entregado, con una leve inclinación de cabeza a la destinataria del regalo, que era la esposa de un agregado en la embajada en Tokio; ella, después de desenvolver, (lo que resultó ser, un precioso y delicado tíbor de porcelana) respondió con una sencilla nota de agradecimiento en papel y membrete institucional; y sin darle más importancia, colocó la porcelana en un estante, junto con otros objetos decorativos.


Años más tarde, ya en Barcelona, Marta Puig recibió una invitación para asistir a la boda de la hija de una conocida. Se excusó por tener que estar de viaje en esa época del año y no serle posible acudir, no obstante quería agradecer la invitación y pensó en enviar un regalo; después de meditar un tiempo decidió enviar aquel tíbor que un día le regalaron y que era un precioso objeto decorativo, además de no ser excesivo le pareció muy adecuado.
La señora Aranda es íntima amiga de Marta y han coincidido en un evento. Marta está sentada, pálida y descompuesta. 


- Marta ¿qué te pasa? ¿estás enferma o has visto un fantasma?
- Pues yo creo que ambas cosas.
- Anda, cuenta ¿qué tienes?
- Pues verás. La hija de Vera se casó hace dos meses y yo le regalé un tíbor que tenía por casa hace años. No sabía qué regalarle y como no era mucho compromiso, hice embalar el tíbor y se lo mandé...
- ¿Y qué ocurre? ¿no le gustó el jarrón?
- Al contrario, está encantada. Ni te imaginas las exclamaciones de agradecimiento que me acaba de hacer. Que si no era para tanto; que muchísimas gracias; que menudo detalle inolvidable...
- Entonces, ya me dirás qué es lo que te ocurre, Marta.
- La hija de Vera está tan entusiasmada porque dentro del tíbor había un increíble collar de perlas auténticas de Japón.
- Y ese collar deduzco que no lo pusiste tú.
- Por supuesto que no. Nunca abrí el tíbor, supongo que por miedo a romper la tapa. Nunca imaginé que pudiera haber algo dentro.
- Imagino que ahora, no puedes ir a la hija de Vera y decirle: “Perdona pero no sabía que había un collar dentro del jarrón”
- Imposible. Quedaría fatal...
Pero lo peor es que ya quedé mal con quien me lo regaló y no supe apreciar ni agradecer convenientemente aquel regalo. Ahora entiendo aquello de no regalar nunca algo que te han regalado.





*Cualquier parecido con la realidad es pura coincidencia.




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