El alacrán


La fascinación del peligro



 
Mi mirada vagaba distraída recorriendo ahora el prado con sus tonalidades verdes,  ahora el cielo sin nubes, las piedras amontonadas y los lugares ignotos que una mirada distraída puede ver. Desde mi posición en la ventana abierta, apoyada en el alféizar dejé vagar la vista a lo largo del valle. Una idea llegó de pronto a mi mente abriéndose paso a través de la incredulidad. Allí mismo, a unos metros bajo la ventana, caminando sobre un montículo de arena, algo que parecía un hombrecito avanzaba con cierta dificultad. Abrí y Cerré los ojos varias veces, pestañeé, cambié de postura; pero allí estaba aquello, pequeño,  desnudo y afanado en su ascenso al pequeño montículo. Sus movimientos eran humanos; diríase que dejaban trascender una mente pensante. Incluso, en cierto momento que detuvo su ascenso, temí que al girarse me descubriera. Algo en mí temía a aquella pequeña cosa, que no debía ser más grande que el puño cerrado de un niño. Esforcé la vista sin conseguir saber qué era aquella cosa que no se parecía a nada que yo hubiese visto jamás.
El montón de tierra había sido extraído para hacer una zanja o algo así. Pensé que ese extraño ser había salido de las profundidades de su tranquila existencia, violentado por el movimiento de tierras. Y allí me quedé entre fascinada, aturdida y atemorizada.
Por fin, las obligaciones rutinarias me llevaron a abandonar mi atalaya, con desgana, pues la fascinación iba en aumento.
Supe luego, que aquel ser que hizo bailar mis pensamientos, superaba en realidad a mis fantasías, pues se trataba de un alacrán; animal misterioso donde los haya. El temor experimentado era realmente el fruto de una sabiduría ancestral hacia lo peligroso de aquel hecho de la naturaleza. Algo le había vuelto vulnerable y ahí, en ese momento, era en donde radicaba su peligro.

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