El espíritu



Si tienes miedo no la leas.


La historia que voy a contaros la oí en labios de mi padre en una de esas noches de invierno, en el norte, cuando la gente come y bebe y charla junto al fuego.

Llegado cierto momento se encuentran íntimamente confortables y salen a la luz miedos y anhelos. Se abren las puertas a lo que, en estado normal se niega si hace falta, cosa que hizo mi padre cuando, años más tarde, me atreví a comentarle. Lo negó rotundamente, él nunca contó historia semejante. Pero yo lo recuerdo muy bien porque rondó mi cabeza durante mucho tiempo, desde esa noche, que, siendo muy niña, jugaba, invisible, mientras los adultos comían, bebían y contaban historias de miedo junto al fuego...
Siempre, desde que recuerdo, la vida me había ofrecido esa parte desconocida y misteriosa, eso que no se menciona, pero que es parte de la vida de todos los seres. A veces pensaba que eran imaginaciones mías y otras estaba bien segura. Como lo que habia oído en aquella reunión, seguramente era una matanza del cerdo, una reunión alegre y entrañable, en confianza.

Yo jugaba y no participaba, seguramente era la única criatura y nadie reparaba en mi discreta presencia. Llegada la sobremesa, cuando se sirven los orujos, los roscones o lo que se tercie, comenzaron las historias. Nadie planteaba seriamente los temas, ya conoceis el dicho "Eu non credo nas meigas, pero haberlas, hailas". La precaución y el escepticismo son la premisa, pero así planteado, el hilo conductor es lo sobrenatural. -A mi me contaron... -Yo oí en cierto lugar este caso tan curioso...
-¿Os acordais de la Sabela?
-Si hombre, fijate que caso más extraño. Una vez que la pobre de la mujer traspasó al otro lado, empezó a visitar a la gente del pueblo y los tenía a todos acongojados, la oían pisar por los tejados y les decía que iba a por ellos y se los iba a llevar consigo-.

Y así siguieron las historias, de los "yo oí" y "a mí me contaron", hasta que mi padre, rascandose la nuca, planteó su caso:



- Pues a mi me pasó una, que nunca le conté a nadie, ni mucho menos a mi parienta. Pero lo pasé mal, mal. Mira que no le tengo miedo a bicho viviente y a animal no me gana nadie, pero eso me tocó, amigo.

-Pero, ¿qué te pasó, hombre? Lo estarás inventando.

-¿Inventar? No hombre no, es verídico y sólo de acordarme se me ponen los pelos de punta.

-No sé si os acordaréis cuando estaba en la obra de O Carballiño. Era una obra grande de carallo. Había millones y millones en material, amigo. Aquello era de magnitud y el menda era el hombre de confianza del ingeniero, me trataba como a un igual y eso que yo soy una bestia, no tengo estudios, pero a honrado no me gana nadie, eso lo sabe Cristo. Yo ya iba de trabajo hasta arriba en la báscula, echaba muchas horas, pero hacía falta un vigilante para la noche. No se podía dejar aquello de cualquier manera, había explosivos allí para hundir media província. Así que, me cameló con lo de la amistad para que hiciera yo el trabajo de vigilante. Pagar, pagaban bien, no iba a casa hasta el fin de semana y era un extra nada despreciable. Era invierno y hacia un frío de la ostia, llevabas guantes, gorra, polainas y aquello no entraba en calor. Yo tenía que dormir en el barracón de los explosivos, tenía un camastro y todo lo que necesitaba, pero no estaba a gusto, aquello no me daba buena espina. Una noche negra como boca de lobo, recostado en el camastro, intentando leer el periódico, la luz del barracón empezó a parpadear y pensé que era lo que me faltaba. Notaba yo una opresión en el ambiente, como de tormenta y me pareció oír un arrastrar en el techo de chapa del barracón. Pensé que era el viento, hacía una noche, como digo, perruna. Allí estaba yo solo, a quilómetros de un ser humano, ganando el pan. Mira si hacía frío que, a pesar de la estufilla eléctrica, aquello era una nevera. La luz se apagó, amigo. Salir me daba miedo. Si asomaba para poner en marcha el generador, lo mismo había allí amigos de lo ajeno y era más de uno. Si no salía, a pesar de las ropas y mantas, aquella chapa del barracón no conservaría el calor mucho tiempo. Tenía que poner en marcha el generador. Cuando me puse en pié con la firme decisión de ir hacia la puerta, volví a oír bien claro el arrastrar en el techo. Entonces opté por quedarme acostado y esperar a que se hiciera de día. Dormir era imposible porque el frío iba en aumento y también por la desazón que me comía. La puerta estaba cerrada con llave y allí no podía entrar nadie si yo no la abría. La linterna era mi única distracción y paseaba el haz de luz de un lado al otro del ahora oscuro barracón.

Estaba acostado boca arriba cuando oí un golpe fuerte en el techo al tiempo que un grito: -¡ Vooooy !

De pronto noté encima de mi un peso enorme, como un oso. Pero no había nadie. No era un cuerpo. Era un espíritu. Tanto si me creeis, como si no. Aquello había atravesado el material de chapa y estaba encima de mi.

Empecé rezar a todos los santos habidos y por haber, porque yo ya me veía muerto.

Repentinamente el peso desapareció por las buenas y oí una voz cómo de saxofón que decía:

-Esta vez te has librado.

A la mañana siguiente le dije al ingeniero que el menda  no hacía más la noche. Y no pasó más de dos semanas que ya me habían concedido el traslado que solicité con la máxima urgencia.  De aquellas había trabajo donde quisieras, sólo tenías que tener ganas de trabajar. Naturalmente no dije a nadie que el motivo del traslado era un fantasma. Pero el caso me ocurrió a mi.



Cuando pregunté a mi padre por esa noche, él me dijo que no había contado cosa semejante.


 

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