El puente y los caballitos de mar
Barcelona
tiene un skyline característico en el que siempre ha estado el Tibidabo
presidiendo la ciudad desde su altura, la sagrada Familia creciendo poco a
poco, cambiando de estilo y de color de piedra; pero este perfil se ha ido enriqueciendo
a lo largo de los años: las torres Maphre y el Hotel Ars en la época de los
Juegos Olímpicos del 1992, luego vinieron un buen puñado de rascacielos, la
Torre Agbar de Jean Nouvel y el hotel W.
Pero más
allá del rio Besós se dibujan las torres con forma de bujía que marcan
visualmente el punto en que se encuentra Sant Adrià y más allá Badalona. Badalona
es bonita, así nos lo canta Serrat “ Que bonito es Badalona en invierno y en
verano...!”
Ayer
descubrí Badalona, la Badalona que costea, que sabe a brisa, que tiene playa y
acaricia el mar. Estaba ahí, siempre lo ha estado y mi ignorancia no me dejaba
verla; en el momento en que mis ojos reconocían las bujías, ya no veían nada
más. Pero los amigos nos abren los ojos, nos acercan de una forma afectiva a la
realidad y entonces, sólo entonces, vemos.
Después de
una maravillosa comida en uno de los chiringuitos de la playa Badalonina y de
un café en una de las terrazas del paseo, nos acercamos al Pont del Petroli; una
estructura que se adentra en el mar y que servía para transportar petróleo
desde los barcos atracados en ese muelle hasta la primera refinería de España.
Originariamente era de madera y más tarde se construyó a su lado el actual puente de hormigón.
La quinta
columna marca el lugar donde el padre de mi amiga Carmen decidió deshacerse del
arma que le obligaron a llevar durante la guerra civil, en 1939. Una smausser puesta en su mano por un
soldado italiano. Era apenas un niño, trece años, catorce a lo sumo, pero lo
tuvo claro: las armas cuanto más lejos mejor. Así que caminó hasta la columna
número cinco y dejó caer la pistola al agua.
Para los
vecinos este lugar forma parte de su historia, sus infancias, sus paseos y su
paisaje; un lugar de referencia. Allí, sobre el puente, uno puede adentrarse en
las olas y sentir más intensos los azules. El puente es la imagen emocional de
la ciudad.
Con el
tiempo, en los años noventa dejó de servir a su propósito de transportar el
petróleo y se planteó su demolición. Pero la naturaleza, misteriosa ella, tomó
sus pilares y se generó un rico ecosistema, entre el cual se encuentra una de
las mayores colonias de caballitos de mar de la península.
Un vecino
de Badalona, el pastelero Josep Valls, al enterarse de que el puente iba a ser
destruido, decidió luchar para preservarlo, apoyado por los buceadores que
habían descubierto las maravillas submarinas, junto con fotógrafos y amantes
del patrimonio.
El señor
Valls persistió, unas veces acompañado y otras muchas solo, en la defensa del
puente. Una placa en el extremo del puente le hace homenaje.
Finalmente
el Pont del Petroli pasó a manos del ayuntamiento que se comprometió a
preservarlo para el disfrute de sus vecinos y visitantes. El amor de Valls
salvó el puente, y tal vez también los caballitos de mar.
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