Rastros de vidas: Santos
Su nombre era Santos, tenía un mote
que ahora no puedo recordar, le envolvía un impreciso misterio. Vivía solo y se
dedicaba a trenzar cestos. Siempre tenía algún manojo de mimbre a remojo en la
poza que se hallaba justo al bajar la cuesta, a la sombra de unos frondosos
sauces, verdes y ligeros, siempre acompañados de la música del caño de la
fuente. Se sentaba a la sombra de una cueva natural que se hundía levemente en
la roca, al lado de la poza, y allí, en su improvisado taller, tenía herramientas y algún cesto en
proceso de trenzado. Solía llevar una boina en la cabeza y parecía un hombre
tranquilo, aún así provocaba cierto recelo. Había, seguramente, muchas cosas
que le diferenciaban de las demás personas, eso es algo cierto, porque todos
somos distintos; pero su valor diferenciador, a parte de trenzar cestos, era
que montaba un caballo blanco. Yo miraba desde la ventana, en días de
lluvia, aquella figura de un
hombre vulgar, sobre aquel precioso caballo y una especie de acuarela se
pintaba en mi memoria.
En relación a Santos puedo recordar
que era primo de María, sin duda, la mujer más pobre que pueda uno imaginarse;
pero Santos tenía un cierto aire de hombre listo. Tenía, además, una hija que
vivía en Barcelona; esta hija la había tenido de soltero y no se casó jamás, ni
tuvo relación alguna, que se sepa, con la madre de su hija; no obstante la
reconoció y la nombró su heredera. Se decía que el hombre poseía acciones de
varias compañías, cosa la cual era en cierto punto distintiva también.
Un día, a altas horas de la noche,
Santos acudió a la aldea más arriba de la cuesta; se presentó en ropa interior
y descalzo, pidiendo auxilio ya que su casa ardía. Se oían explosiones en la
noche y de su casa no quedó apenas nada, ni de la de su prima María que estaba
contigua. Nada se sabe de aquella tragedia, ni qué pudo ser lo que provocó el
incendio. No hubo que lamentar desgracias personales. Recibió una prima de la
compañía del gas butano, al que se culpó del incendio, y se construyó otra casa en el mismo
lugar, al igual que su prima.
Pasados los años, Santos seguía
siendo el mismo hombre solitario que siempre se conoció, salvo en los veranos,
que le visitaba su hija, su yerno y un nieto, que su hija tuvo, ya bastante
mayor.
Desconozco cuál fue el inicio de la
vida de Santos, su educación, sus viajes, qué experiencia acumuló, su
intelecto... No hay mucho con qué pintar su retrato, salvo unos cestos de
mimbre, una boina, un incendio, un caballo blanco a lomos del cual, un día
falleció. Le hallaron muerto en la campiña. Vivió solo y murió solo, ¿solo?
Santos tenía a su lado a su fiel y manso caballo blanco.
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